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lunes, 19 de diciembre de 2011

El vandalismo nuestro de cada día.

Viernes por la noche. Es temprano. Unos 17 chicos y chicas de entre 12 y 13 años pasan caminando por el medio de la calle. Festejan algo -después lo supe-, se están yendo a Carlos Paz a pasar unos días de vacaciones tras de siete largos años de estudio primario. Tienen en sus manos sendos tarritos de pintura en aerosol de variados colores que hacen sonar constantemente al batir la bolita que hay dentro. Hay mucha pintura disponible y pocos espacios donde expresarse libremente sin hacer daño. Todo un clásico. Frente a la escuela que los educó pintan grafittis en el pavimento y en los troncos de los árboles. Gritan, cantan, están contentos... Hasta ahí, todo bien. Es un movimiento que alegra una noche agobiante y abúlica de verano. Los chicos siempre traen alegría. Pero, como decía mi abuela, era como verle el culo a un desnudo. Y al final sucedió; alguien, en medio de la algarabía, no aguantó la tentación y mandó unos chorros de pintura a un cartel nuevito, recientemente colocado en la esquina de Santa Fe y 25 de Mayo.
 Para que no queden dudas de lo que se trataba, del otro lado escribió "Carlos Paz". Una inocentada, cosas de chicos, nada comparado con todos los carteles que pintaron otros estudiantes de séptimo grado el año pasado, podrá aducirse. Pero lo cierto es que, por la causa que se pueda adjudicar, el espacio público de Santa Isabel es constantemente degradado por sus propios habitantes y, a pesar de los esfuerzos que hacen algunos vecinos y el gobierno local por conservarlo y mejorarlo, siempre aparecen los desaprensivos que se esmeran en su tarea destructiva. Este hecho vandálico se suma a otros recientes, aunque totalmente anónimos, y de los que, por haberse transformado en habituales pasan a segundo plano en las noticias. Entre otros atentados, en menos de tres meses, en dos oportunidades tumbaron a patadas las paredes de los baños que se están construyendo en el predio 8 de Febrero, rompieron los vidrios de las puertas de la estación del ferrocarril e intentaron usurparla dos veces, arrancaron carteles de estacionamiento en Av. Sarmiento, ensuciaron y pintaron algunos carteles nomencladores, rompieron un número indefinido de lámparas del alumbrado público y de nuevos árboles, y se la volvieron a agarrar contra los Pinochos del parque infantil. La moda de destruir el espacio público ya es de larga data y cruza a las distintas culturas y clases sociales de la Santa Isabel. Si no es por un viaje, es por el fútbol, por simple diversión o por resentimiento. Y parece que tampoco discrimina edades ¿o acaso son los más chicos -por ejemplo- los que se roban los pocos plantines de flores que suelen, esporádicamente, colocarse en la plaza o en otros paseos?. Es extraño y difícil de comprender. Cuanto más se avanza, cuanto más se mejora, la sociedad isabelense parece volverse más quejosa e insatisfecha. Sin embargo son pocos los que tratan de cuidar al lugar que, con sus virtudes y defectos, es el que nos da la posibilidad de desarrollar nuestras vidas. Somos nosotros, son nuestros hijos, nuestros sobrinos o nietos los que maltratamos a nuestro pueblo. Tendremos que rever nuestras actitudes para ser verdaderos merecedores de este lugar. 
Raúl Gustavo Pellegrini